sábado, 20 de febrero de 2010

El libertario apátrida






El fenecer y la estocada del recuerdo:

No importa como comencé, ni como nací ni en donde, ni siquiera mi nombre el cual he olvidado, nada de eso importa ahora, solo importa lo que ocurre hoy, he abandonado lo que arraigo conmigo no tenía, mi mente ha borrado todos mis recuerdos para dejarme viviendo entre centelleantes momentos fugaces, así es como vivo.


Creo haber vivido en una gran ciudad, llamada Dalaran, mi ascendencia se remonta a una casta de magos,aunque, yo nunca aprendí magia por más que mi padre me obligaba a aprenderla, algunos trucos aprendí que hasta hoy me sirven para escabullirme y para mis artimañas, nada más lejos de ello es lo que sé, mi padre era un mago excéntrico y retraído, mi madre fue una mercenaria que vivía de los asesinatos por encargo y una mujer que tomaba la justicia por sus manos, cuando mi madre me lo contó, mi padre estaba escuchando la conversación, fisgoneando sin que nadie se diese cuenta, así fue como cobró venganza, su brutalidad y su gran orgullo frente al secreto que guardábamos mi madre y yo le llevó a dar muerte en un acto cruento y sanguinario, dejando atrás su vida común.

...YO TRATÉ.. yo reaccioné a sacar la daga envenenada de mi madre, pero una saeta mágica me hizo perder la mayoría de mis recuerdos, ni siquiera puedo recordar su rostro, lo único que me queda de la bastarda historia de mi familia es el rostro de mi madre y el resentimiento contra el mentecato y femicida de mi padre, luego todo era nebuloso hasta que me encontré en un bosque, tendido a la merced de la naturaleza, a espaldas de un río, a mi lado había una tumba, parecían los preparativos para mis exequias, solo pude escaparme gracias a la ayuda de unos forajidos que pasaban por el lugar, ellos me ayudaron a escapar con el juramento de ayudarles en sus fechorías hasta que a mi padre muerte le diese.





Así, mucho me relataron del mundo, nosotros en sus fauces, entre las historias de cataclismos y desventuras, guerras y pestes que azotaron al mundo y que luego se hacían cuentos populares para el entretenimiento, algo de risa me dió cuando me contaron sobre el azote y sus hazañas, era digna de admiración sus fechorías y estrategias poco leales, como su naturaleza.


Luego de viajar meses junto a estos facinerosos fui aprendiendo su arte, robar, el matar sin dejar rastros, el modus operandi de un criminal sigiloso, poco a poco adentrándome en las puertas del destino, convertirme en uno de ellos, un pícaro hábil, sin identidad, sin ataduras y sin recuerdos, lo indicado para fortalecer mi espíritu que otrora yacía horadado por las malas experiencias y el odio, renacía como uno más sabio y sereno, uno capaz de soportar los apremios de la adversidad y afrontar sin miramientos lo que pudiese ser su final, con cada asesinato me hacía más intrépido, ocurría que con cada asesinato que cometía, me venía un nuevo recuerdo a mi mente horadada por la violencia y el pasado traidor, cada muerte era un nuevo recuerdo, lentamente, se me hacía compulsivo el recordar, debía recounstruir mi pasado para volver y terminar con la vindicta.

La verdad era que nunca me importó mucho lo que fuese a ocurrir con mi raza, de hecho, no me siento clasificado dentro de una raza en común, para mí la horda y la alianza no eran más que pretextos para palear con la naturaleza de criaturas desalmadas o perniciosas al mundo, en frente de tanto odio irracional, nada más podía hacer que disfrutar de cómo la sangre fluía por los ríos o circundar los caminos para robarle y matar a gente que nada cambiaría el curso de las cosas, era un ser que creía en cosas olvidadas, en cuestión, cosas que la guerra había destruido.
Allí, en una de las montañas Alterac, en las cercanías de una colina me ungieron como el líder de la banda de pícaros que ya tiempo venía junto a ella demostrándo mi valía y lealtad, pues tampoco era muy grande, tampoco era el más fuerte, pero había esperanza, había amor fraterno y un profundo sentido de camaradería, mis colegas me daban motes y eso me tenía contento, aunque me dijeran el vengador o el libertario.

Acampamos unos días allí, para emprender camino hacia el sur de las tierras del este, habíamos escuchado rumores de que las riquezas más grandes de los siete reinos humanos se encontraban en la ciudad de Ventormenta, por ello nos dirigíamos hacia sus alrededores a paso constante, nuestros caballos eran viejos y ya estaban cansados, así que los perdimos en el cruce de un río, sus patas quedaron en el fango y fracturadas solo nos quedaba correr hacia el pueblo más cercano.
Pasamos aserraderos y pueblos vacíos, en uno de ellos tuvimos un buen botín, habíamos saqueado muchas veces, pero, nunca habíamos logrado encontrar algo que valiese la pena, yo pude encontrar una gran capucha de cuero, parecía encantada porque de ella extrañas luces emanaban, mis compañeros temerosos de alguna maldición se rehusaron, así que en mi poder quedó y según los rumores era una capa de algún mago olvidadizo o de algún mercader con pertrechos de sobra, muchos mercaderes intentaron comprar mi capucha, pero dentro de ella coexiste mi cuerpo, creo que me dá el anonimato que necesito.

Entre tantos caminos y viajes, solíamos estar exhaustos, hasta que un día invadimos un pueblo cercano a Villa dorada, no tenía más de diez habitantes y de algunos caballos, este pueblo no era más que unos establos y unas norias que fueron el cementerio de los desafortunados que se cruzaron en nuestro camino.
Fue aquí donde despertó mi brutalidad y mi instinto asesino, comenzamos con las autoridades, uno a uno se les fue despojando del último aliento, sin vida sus cuerpos fueron colgados como estandarte, para no levantar sospechas, decidimos no prender fuego como acostumbrabamos a hacerlo, era una especie de compulsión, algo que me entregaba una pulsión vital, cada muerte, cada asesinato, entre más violento y despiadado era, el espesor de la neblina que lograba calar en lo hondo de mi mente, parecía menguar, podía recordar. Cada magullado, trepanado o decapitado frente a mis ojos, era el reflejo del desconstructivismo que estabamos ejerciendo junto a mis camaradas, luchabamos bajo una consigna, no eramos terroristas, luchabamos por lo que creíamos justo.
Fuera de las iniquidades y la terrenalidad del mundanal y el limitado mundo y la concepción tradicionalista de aquellos gandules y pelafustanes que dirigían al resto de la gente y la sumían entre la desidia cultural y el populismo disfrazado de honor.

Allí entre la matanza fue cuando recordé que mi padre llevaba una túnica bordada con el nombre de “Arathor” y había publicado un libro sobre hechizos y usos prácticos de estos, fue de los que aprendí a usar magia básica que luego negué y que actualmente uso para hacer trucos por entretención, encender fogatas, ocultarme rápidamente o bien abrir cerraduras, mi gran habilidad junto a la de robar mientras paso entre las multitudes.

Luego nos alejamos del bosque de Elwynn para internarnos en unas praderas contiguas en donde tuvimos una emboscada por parte de unos guardias, ahí perdí a dos compañeros de los seis que formábamos la hermandad, se sacrificaron como los veteranos para dejar vivir a las nuevas generaciones, muriendo como camaradas ante la masacre de que los guardias nos propinaron, caímos luchando codo a codo sin rendición alguna.

Luego de esa noche, todos comenzamos a actuar entre las sombras, con más sigilo que antes, más cautela, actuábamos en función de no ser descubiertos, habíamos aprendido el arte de las trampas y el engaño, era nuestro fuerte.

En la aldea llegamos como campesinos comunes para infiltrarnos por un tiempo para aprender medicina con el boticario, aunque solo aprendimos a curar nuestras heridas y a hacer veneno casero de potencia mediana, luego de eso tuvimos que matar al boticario para que poder sacar la llave que guardaba celosamente dentro de su oreja deforme, de esta manera pudimos acceder hacia las recetas sobre brebajes para mejorar nuestro vigor y otras para ayudar a nuestra labor.



Poco a poco, ganábamos experticia,ya no éramos más unos salteadores comunes, sino unos forajidos de tomo y lomo, con gran experiencia y astucia que había aprendido en sus más de cuatro años y medio de viajes y aventuras, aprendizajes y conocimiento, como también, habíamos encontrado la muerte y el olvido que reinó a nuestro alrededor, luego cuando llegamos a villa dorada mis camaradas se embriagaron en una de las tabernas, para colmo, hicieron líos y toda villa dorada les aborreció, hubo varios asesinatos esa noche, tuve que esconderme a sabiendas que mis camaradas habían sido muertos y uno que quedaba vivo era arrestado por la guardia de la zona.

Otra vez me quedaba solo, en la más absoluta soledad, las estrellas a mis espaldas me cobijaban bajo mi temple ardiente, era el cielo y la intemperie mi hogar.
Sin banderas de lucha, sin escapularios, sin fronteras, carente de tradiciones y rasgos identitarios, fue como las nubes se cernieran sobre mi capucha, a mis hombros la ferocidad de mis pasos, que sigilosos y mortales aguardaban a la hora de poder rescatar a mi camarada más talentoso, quien me heredó sus conocimientos y que se encontraba en la prisión de las mazmorras.




Decidí internarme en la civilización humana como un actor, pues iba a personificar a un civil nada más por utilidad, tenía los conocimientos para hacerlo pues alguna vez pertenecí a la nobleza de Dalaran, ahora soy un renegado en un reducto donde la mano de la maldad todavía no ha golpeado.
Me he infiltrado en el pueblo y todavía no levanto sospechas sobre mis dotes de bandido, pues como no tenía un nombre, debía inventar uno antes de que todo fracasase por culpa de una formalidad que poco me importaba. Me nombré como Cedrimor de Dalaran, me interné en el círculo de peletería porque allí había conocido algunos manufactureros que solo les importaba el provecho y el partido que pudieran sacarme en su taller, pues en Villa dorada había actuado cautelosamente, el licor no era una de mis aficiones, prefería fumar hierba o beber brebajes exóticos. Allí, en Villa dorada, llevo dos meses, aprendiendo el arte de la peletería, esto porque en mis viajes el más viejo del grupo era un desollador que vendía cueros y me había enseñado el oficio.
Nada me importaba demasiado, estaba impasible, las tragedias me eran parte de la cotidaneidad, pues para mí ya nada era más doloroso que el existir en un mundo establecido, limitado y violentista, me volví un indolente, que el sufrimiento le transformo en alguien cruel y despiadado que nada de empatía tenía, en donde las injusticias junto a las autoridades eran para mí una constelación de atrocidades y farsas.


Un día, no hace mucho, mientras circulaba por las inmediaciones y por las calles de Ventormenta para pedir trabajo, se me ofreció el confeccionar lonas para las celdas de las mazmorras, era mi oportunidad de ganarme la confianza de la guardia y el prestigio a través de mi esfuerzo, aunque mi actuación era muy disimulada, habían impulsos de frenesí que debía suplir, de vez en cuando, durante la noche recorría los bosques buscando borrachos a los cuales asesinar o a romper las normas en la lejanía de mis viajes, no podía perder mi legado indómito, entre las sombras, la luz de mi daga y el brillo de mis ojos impasibles acaecerán sobre mis víctimas, que serán despojadas de su aliento último.

Trepanadas son las lenguas que tengo en mi colección, es una bolsa muy preciada, es casi mi trofeo de guerra, están en un campamento cercano a Ventormenta donde hay unos malhechores que hacen sus fechorías como yo en mis inicios, en los caminos y contra los fundos, esa bolsa es mi más preciado símbolo, pues con él puedo reconocerme ante mis camaradas para aunar nuestras fuerzas, pues por cada víctima es otra que me engrandece.



Muchos escritos son los que tengo luego de pasar acompañado junto a un lápiz y un libro, en la mayor desolación confinado en un rol al que no pertenezco, no sé cuando duraré fingiendo mi sumisión hacia el régimen humano, aunque, ya mañana deba ir a seguir trabajando en las lonas, debía continuar, o sería demasiado tarde, la clariza me quitaba mi verdadero rostro y me prestaba otro nuevo, de la luz a mi rostro.-

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